Un gobierno cleptómano
Un gobierno cleptómano
Así podemos definir al equipo de gobernantes y legisladores que tienen un trastorno patológico que los impulsa a robar el dinero de la sociedad a través del Estado.
Hace ya muchos años -diciembre de 1974- aquel brillante y agudo filósofo argentino que fue Jorge L. García Venturini nos alertaba acerca de nuestra indiferencia y desaprensión por la integridad ética o la depravación moral de quienes se postulaban para cargos electivos.
Sostenía que demostramos gran desinterés por la trayectoria privada de quienes actúan en política y sólo prestamos atención a las promesas hechas durante la campaña, esperando conseguir ventajas cuando ocupen los cargos públicos.
Según su opinión, creemos incautamente en candidatos que nos ofrecen privilegios, sin reparar que los mismos significan quitar a unos para dar a otros y sobre todo perder la dignidad personal. Este sesgo utilitarista que nos caracteriza, termina resignándonos con los peores personajes, a los cuales justificamos con el falso argumento de que su picardía es una necesaria virtud política.
Por lo cual, García Venturini creó dos imaginativos términos: “la chantocracia” y “la kakistocracia”.
“Chantocracia” es el gobierno del chanta, que en el lunfardo porteño significa esencialmente un embaucador, embustero y trepador, alguien que habla mucho sin decir nada. Los chantas son personajes que no hacen lo que dicen sino todo lo contrario, pero poseen una gran capacidad para confundir y convencer a quienes los votan.
Refinando el concepto, encontró también el término “kakistocracia” como superlativo de la palabra griega kakos, que significa malo y también sórdido, sucio, vil, incapaz, innoble, perverso, nocivo y funesto. Por eso, definió a la “kakistocracia” como el gobierno de los peores.
Si hubiese vivido en la actualidad, quizás habría utilizado la expresión “gobierno cleptómano” para definir al equipo de gobernantes y legisladores que tienen un trastorno patológico que los impulsa a robar el dinero de la sociedad a través del Estado.
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La moraleja de este incoherente e inconexo plan procíclico no hace sino reforzar la idea de que el gobierno no gobierna para la sociedad. En el mejor de los casos gobierna para el Estado, pero habitualmente lo hacen para armar y usufructuar negocios, aprovechando cualquier circunstancia para acumular poder y dinero. Por eso, queda en duda la razonabilidad, la factibilidad y la oportunidad de este paquete de medidas que parecen dar la razón a Jorge L. García Venturini. Sólo cabe esperar una aceleración de la huída de capitales hacia una moneda que ofrezca condiciones de estabilidad y seguridad jurídica y una inevitable desaceleración de la actividad económica. Por eso no existe más que un patológico impulso a quedarse con el dinero de la gente, lo cual indica que en lugar de enfrentar la crisis con medidas keynesianas están provocando una recesión con desocupación, típica de los ignorantes recargados de avaricia.