Castigar a los que más tienen

Los que más tienen, que más paguen

Se trata de la confusión de ideas que predomina en nuestros dirigentes, expresada por la frase más repetida en los últimos tiempos por legisladores, el cónyuge presidencial en retiro activo y la propia presidente de la Nación: ¡Los que más tiene, que más paguen!

Hasta hubo un jefe de bloque que exageró la nota sosteniendo que “hay que castigar a los que más tienen” por el sólo hecho de tener de más.

Esta frase parece provenir de un profundo resentimiento o quizás de las venas abiertas de los malones indígenas, que no sabían hacer otra cosa más que secuestrar cautivas y ganarse la vida con saqueos y rapiñas.

Porque si la política de un gobierno consiste en instalar una guillotina horizontal para impedir que los que menos tienen, puedan llegar a competir y disputar el lugar de los que más tienen, entonces lo único que persigue dicha política es consolidar, blindar y aislar las grandes fortunas existentes del resto de los ciudadanos, asegurándoles que nunca, nadie intentarán alcanzar una fortuna como la que ellos disfrutan.

No hay consigna más repugnante que la de asegurar a los que más tienen que ninguno les disputará su lugar. Y para ello, expoliar a la clase media con impuestos, retenciones y cargas públicas tendientes a impedirles que acumulen un cierto capital, y repartiendo el dinero confiscado en miserables subsidios para que los más pobres sigan viviendo como parásitos.

El ascenso social se produce precisamente cuando las oportunidades y los canales para progresar no están vedados a nadie, ni impedidos por impuestos o retenciones y tampoco obstaculizados por trabas administrativas para mantenerlos impedidos.

El sistema destinado a obligar a los que más tienen, que deban competir libremente y sin privilegios con los que menos tienen, es el más justo y equitativo sistema a que se refieren constantemente las encíclicas papales.

En la doctrina social de la Iglesia se reclama que la propiedad de los medios de producción esté sometida a una “hipoteca social”. Pues bien, esa “hipoteca social” es la libre concurrencia, con la cual, la propiedad de los que más tienen queda justificada como un derecho legítimo porque está expuesta a sostener una competencia de eficiencia, productividad y laboriosidad con los que menos tienen, pero que aspiran a ascender escalones en la escala social.

En un régimen de sana competencia, con oportunidades abiertas a todos y sin guillotinas fiscales, nadie puede acusar que la “propiedad es un robo”, como decía el anarquista Pierre-Joseph Proudhon.

Pero cuando se impone el resentimiento social a través del eslogan de que “los que más tienen que más paguen” en realidad se está diciendo otra cosa muy distinta: que “los que menos tienen se resignen a seguir teniendo poco”, y que sus hijos y descendientes sigan siendo tan miserables como ellos.

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